lunes, 2 de marzo de 2015

Del Tajo al Duero a través del Sistema Central







La ruta parte de la ciudad de Toledo en dirección norte, atraviesa las montañas del Sistema Central y las llanuras de la meseta para encontrarse con el Duero a la altura de Tudela, y llegar a Valladolid, término de este viaje. A través de antiguos caminos y cañadas reales que unen las provincias de Toledo, Madrid, Ávila, Segovia y Valladolid, se adentra en el corazón de la península, recorriendo un sinfín de pequeñas y olvidadas poblaciones.

Toledo, Albarreal de Tajo, Burujón, Gerindote, Val de Santo Domingo, Maqueda, Escalona, Paredes de Escalona, Cenicientos, Cadalso de los Vidrios, San Martín de Valdeiglesias, Cebreros, San Bartolomé de Pinares, El Herradón, Tornadizos de Ávila, Bernuy-Salinero, Brieva, Gallegos de San Vicente, Venta de San Vicente, San Esteban de los Patos, Escalonilla, Santo Domingo de las Posadas, Blascosancho, Adanero, Martín Muñoz de las Posadas, Codorniz, Santiuste de San Juan Bautista, Bernuy de Coca, Fuente de Santa Cruz, Fuente Olmedo, Olmedo, Pedrajas de San Esteban, Iscar, Cogeces de Iscar, Santiago del Arroyo, Camporredondo, Montemayor de Pililla, Santibáñez de Valcorba, Traspinedo, Tudela de Duero, Renedo de Esgueva, Valladolid.

Algunas cifras:
0 pinchazos
369 kilómetros
6 días de ruta
5 provincias
3450 metros de desnivel acumulado subiendo


Descargar la ruta en wikiloc:

http://es.wikiloc.com/wikiloc/spatialArtifacts.do?event=setCurrentSpatialArtifact&id=8929681


11/07/2014. De Toledo a Cenicientos


Las aguas se deslizan, mansas y perezosas, bajo el puente. Al-Qantara: así es como llamaban los habitantes de Tulaytula, en un alarde de simplicidad, al acceso a esta ciudad por su flanco este, que permitía salvar airosamente el cauce del río. Allí, en este lugar, hace casi dos mil años se levantaba ya este puente que llevaba a Toletum, la ciudad romana, el mismo que, andando los siglos, sería hollado por aquellos intrépidos guerreros, bárbaros tal vez, que hicieron de esta ciudad la capital de su reino. Algunos detalles ornamentales en los lienzos de esta fábrica, tan hermosa a pesar de su mudez, elementales, casi primitivos, recuerdan el carácter de este pueblo, tosco y rudo, en contrapunto seguramente con la sutil y refinada sociedad latina toledana. Así se lo imagina el viajero aunque, claro está, bien pudiera andar errado en sus cavilaciones. La apariencia pétrea, maciza e inmóvil del puente está en perfecta concordancia con su entorno, de ásperas y austeras rocas. Según crónicas musulmanas, se construyó en época del caudillo romano Antonius y sus dos ojos, siempre abiertos, han visto nacer y morir a su alrededor diferentes sistemas para conseguir que el agua, el bien más preciado por los toledanos hasta bien entrado el siglo pasado, pudiera llegar a las más altas cotas de la ciudad: irónica realidad la de esta urbe, tan cerca y a la vez tan lejos del vital elemento. Su sólida estructura ha soportado durante lustros el continuo trasiego de azacanes que repartían sobre sus jumentos cántaros con el vientre repleto de agua, cuando ya los viejos sistemas mecánicos de abastecimiento habían caído en desuso o desaparecido por completo, víctimas de la humana ignorancia. 

Al-Qantara. Toledo

El viajero, sobre el puente, ha viajado ya, sin moverse de allí, por los vastos dominios del inexorable Cronos. Ahora, sigiloso y pensativo, cruza el puente cuando el sol de la mañana acaricia ya la fachada este del alcázar. Continua por el camino paralelo al cauce del río para emprender otro viaje, esta vez en el espacio, aunque, piensa, no le faltarán ocasiones para adentrarse de nuevo en el túnel de la historia. A bote pronto, se le ocurre preguntarse cómo sería la realidad de todo este vasto territorio hace mil años, disputado por gentes de una y otra religión; este territorio al norte y al sur de unas montañas que bien merecen ser llamadas fronteras; las mismas montañas por las que el viajero va a transitar, si su espíritu le acompaña, en su camino hacia el norte, en busca de nuevos horizontes.
   
Deja a su derecha el convento de San Pablo, de recios contrafuertes y misteriosas celosías adornado. Una mujer, con tonsura y despeinada, taciturna y somnolienta, barre con estrépito el patio de su casa. El viajero pasa sin decir nada, por no molestar a esas horas. El vencejo chilla, revoloteando en torno a la vetusta iglesia de San Sebastián, otrora mezquita.
    
Continua bordeando la ciudad por el oeste hasta llegar a la puerta del Cambrón, la cual cruza, dejando atrás el abigarrado caserío en pos del camino de Albarreal, que está allá abajo, al lado del río. 

Antigua Fábrica de Armas de Toledo 


Junto a los pabellones de la antigua Fábrica de Armas se detiene un momento. Este complejo industrial, en una ciudad tan afamada por la fabricación de espadas como ha sido Toledo, empezó a construirse durante el reinado de Carlos III, de la mano del arquitecto Francesco Sabatini. Con el paso del tiempo y las necesidades de espacio vieron la luz otros edificios, anejos al palacio dieciochesco, construidos en hierro y ladrillo, muy del gusto de aquel momento. Poco después, la Fábrica cobra vida con el impulso del ministro don José María Gil-Robles, en los años previos a la Guerra Civil. En sus dependencias, según dicen, se llegaban a fabricar, diariamente, cerca del millón de cartuchos. Al viajero, seguramente, le enorgullece pensar en la nueva vida que tiene ahora esta antigua fábrica, sede de la Universidad, tan alejada de su anodino pasado como fabricadora de armamento. 
     
Dejando atrás la ciudad, en compañía siempre del Tajo, que lo tiene a su izquierda, pasa por la finca de Valdelobos, solitaria y silenciosa. Llega hasta una bifurcación que le lleva, andando el camino, al paso del río Guadarrama, poco antes de fundirse en las verdes aguas del padre Tajo. 

Finca de Valdelobos
Camino de Albarreal
Señalización en el camino
Campos de cereal en las inmediaciones de Toledo
Río Guadarrama
Vista de Albarreal de Tajo
        
     
En Albarreal entra por la calle de Toledo, que le conduce directamente a la iglesia, situada en una plazoleta atravesada por la carretera.
     
Es Albarreal de Tajo un pueblo pequeño, tranquilo, con un templo simple y pequeño también, del cual solo su espadaña situada en la cabecera, donde anidan palomas y cigüeñas, parece hablar de su quehacer sacro.
     
En Albarreal el viajero para a echar un bocado y a descansar, que el camino, aunque no muy largo, ha sido duro para sus piernas.
     
En Albarreal, un hombre mudo, sentado en un banco cercano, le expresa, con elocuencia y sin palabras, su admiración por la pequeñez de las ruedas de su bici.
          - Ya, ya... Un poco pequeñas sí que son... 

Parada en Albarreal
Hacia Burujón

     
Burujón, hacia el oeste, no dista mucho de Albarreal. A la puerta de su casa, un hombre pone a punto su vieja bicicleta.
     - Buenos días. Esta bicicleta no cumple ya los cuarenta...
     - Cincuenta y nueve años tiene.
     
El entrañable señor, que casi doblaba en edad a su vehículo, le agrada sobremanera al viajero. El fulgor de su mirada y su sorprendente vitalidad le entusiasman, del mismo modo que el ajado cuero del sillín de su bici, que tantas veces soportara el peso de su grácil figura para recorrer, día tras día, año tras año, los caminos que ahora él quiere conocer. Se despide y continua, entre alegre y melancólico, hacia el norte. 

Burujón
De camino a Gerindote
Surco en el mar de cereal
Gerindote, solo por su topónimo, le merece al viajero una foto a los pies de la torre de su iglesia. La Dote de Celín: tal vez sea ese el origen de este nombre. O quizás se derive del árabe Yinan Dawud, que quiere decir el huerto de David o el jardinero. El viajero, como tantas otras veces, no lo tiene claro del todo y le gustaría saber un poco más, para evitar estas ambigüedades. 

La iglesia de Gerindote
En Gerindote

Val de Santo Domingo, hacia el noroeste de Gerindote, es otro de esos pueblos toledanos a los que apenas les queda la resonancia de su nombre.

Un hombre, melenudo y desdentado, canoso y algo calvo, caricaturesco, sale de una tienda bajo los soportales de la plaza de Val y se dirige hacia una bicicleta apoyada en uno de los pilares de piedra. Sus uñas, sucias y largas, y su ropa, mugrienta y harapienta, le hacen pensar al viajero que aquel buen hombre no es muy amigo del baño, ni siquiera en este periodo estival que corre.
      
Una hora después no sabe cómo hacer para librarse de aquel personaje, cuya historia en capítulos ha ido escuchando, con interés y curiosidad al principio; con hastío e impaciencia al final. 

Campo de girasoles en el camino
Val de Santo Domingo

     
Un hombre cuida su jardín al paso del viajero. Es de Bilbao y tiene un pequeño zoológico en medio del campo toledano.
          - ¿Por aquí se llega a Maqueda?
          - Sí.
          - ¡Ah! Vale. Gracias.

Castillo de Maqueda

En Maqueda come a los pies de las vetustas piedras de la iglesia de Santa María de los Alcázares. Contemplando el arco califal de la muralla musulmana que ahora da acceso al templo, trata de imaginar cómo sería este recinto, del cual aún queda algún baluarte.
     
En Maqueda hay también un castillo, llamado de la Vela, en cuyo lugar ya los romanos ubicaron un puesto vigía; los musulmanes lo convirtieron en fortaleza y en el siglo XV, ya en manos cristianas, fue reconstruido por los Cárdenas, duques de Maqueda desde que Carlos I creara, en 1529, el ducado a favor de Diego de Cárdenas y Enríquez, hijo de Gutierre Cárdenas y Teresa Enríquez. Actualmente, doña María del Pilar Paloma de Casanova-Cárdenas y Barón, es la XXIII.ª duquesa de Maqueda. El viajero espera no haberse dejado ningún nombre en el tintero. 

Rollo de justicia en Maqueda

Entrada a la iglesia de Santa María de los Alcázares

Detalle del arco califal que da acceso a la iglesia
Descanso junto a las vetustas piedras
Torre de la muralla de Maqueda

Largos y secos caminos, en medio del mar de cereal, le llevan a Escalona. Situada estratégicamente a la margen derecha del río Alberche, Escalona señorea aún, a pesar de las desmochadas torres de su fortaleza, evocando su pasado militar como plaza inexpugable.

Rumbo a Escalona
Al fondo, el Sistema Central
Señalización de la ruta Jacobea
Escalona
El Alberche a su paso por Escalona
Vista del castillo de Escalona 

Antonio, un peregrino de Gerona que desde hace días camina desde Alicante en dirección a Santiago de Compostela, le ofrece un refresco al viajero.
     - No, gracias. No tengo sed.
     - Bebe, hombre, que está fresca.
     - No, gracias, tengo agua aquí...
     - Bebe, hombre, bebe.
     - Bueno, vale...
     
El viajero, después de beber un trago de limonada de Antonio, se para a contemplar las vistas. Bonita villa, piensa, abrazada por el Alberche y rodeada de frondosa vegetación.


Castillo de Escalona

Paredes de Escalona le recuerda al viajero a Muro de Alcoy, en la provincia de Alicante; no sabe muy bien si por la similitud que existe entre el muro y la pared. Lo cierto es que ambos pueblos tienen en común poderosas montañas en sus proximidades. Las de Paredes, que son las que en este caso ha de atravesar, le inspiran un gran respeto al viajero. 
      
En Cenicientos piensa que es mejor hacer noche, pues solo Morfeo es capaz de infundir la fuerza y el vigor necesarios para enfrentarse a las montañas que ya comienzan.
      
Cenicientos es un bonito lugar para el descanso, rodeado de naturaleza y alejado de las rutas turísticas.
     
Cenicientos llama la atención por su arquitectura en granito, que había estado ausente desde que pasara esta mañana junto a los muros del toledano monasterio de San Juan de los Reyes.
      
Según dicen, es el color ceniza de sus piedras graníticas el que dio origen al nombre del lugar. Otros, sin embargo, ven un origen mitológico en el topónimo: durante la Reconquista, el rey castellano solicitó desde su corte en Toledo guerreros y armas para luchar contra los musulmanes. Al preguntar al representante del pueblo si podía aportar cien lanzas, este le respondió: Con cien y cientos puede contar, su majestad. El viajero, a quien le apasiona la mitología, ve improbable este origen legendario del topónimo, ya que cien lanzas se le hacen pocas. 

El paisaje empieza a salpicarse de granito
Iglesia de Cenicientos
Viviendas en ruinas en Cenicientos
Cenicientos, fin de la primera jornada
Un lugar donde cobijarse




12/07/2014. De Cenicientos a San Bartolomé de Pinares


Temprano, en compañía de una suave brisa matinal, recorre el camino que le lleva de Cenicientos a Cadalso de los Vidrios. 

En Cadalso se pueden ver, en la llamada Peña Muñana, los restos de lo que fue un castillo vigía para defender la ciudad de Toledo de los ataques cristianos del norte.
     
Cadalso tiene un palacio imponente, rodeado de verdes y frescos jardines, llamados de Villena por su segundo dueño, marqués de dicha población. El primero fue, al parecer, don Álvaro de Luna, quien construyó allí una fortaleza provista de matacanes y elementos militares para defenderse de los musulmanes que estaban, ahora, al sur de Cadalso. Ya en el XVI se reconstruye y adquiere su actual aspecto palaciego. 


Cadalso de los Vidrios

Cadalso, además de su palacio, tiene también una iglesia, la de Nuestra Señora de la Asunción, que comenzó a construirse en época de la Católica con piedras de la vieja muralla musulmana. Eso dicen, y el viajero no se atreve a ponerlo en duda. En estas cuestiones ha sido siempre muy crédulo el viajero.
   
Las casas de Cadalso de los Vidrios son de granito la mayoría, y están tapizadas de verdes, suaves y acolchados musgos. 

Iglesia de Cadalso de los Vidrios


El camino a San Martín de Valdeiglesias ha de buscarlo el viajero entre agradables bosques que le proporcionan abundante sombra.
        
Al lado del castillo de San Martín toma el desayuno en compañía de inquietos pajarillos que revolotean en torno a las almenas. Es el castillo, llamado de la Coracera, de fines del siglo XV, de planta cuadrada, recio e impertérrito en mitad de las modernas edificaciones. 


De camino a San Martín
Restos de empedrado en el camino
Vista de San Martín de Valdeiglesias

La iglesia de San Martín fue levantada sobre las ruinas de un templo anterior, al denunciar los sanmartineños a los preceptores de los diezmos que, al parecer, no dedicaban el dinero recaudado a los fines píos que debieran y tenían el recinto sagrado en condiciones de visible abandono. En estilo herreriano, como el cercano monasterio de El Escorial, Pedro Sánchez levantó la mitad del edificio que había proyectado, que es lo que hoy puede contemplarse: un edificio de planta basilical, con torre en la cabecera, en el lado del evangelio; pizarra en las cubiertas; de granito sus muros y enjalbegada la fachada principal a excepción de columnas, dinteles y arcos que dejan ver la piedra berroqueña. Algo achatada le parece al viajero, antes de saber que, en efecto, había quedado inconclusa, tal vez por la voluntad pseudosamaritana de aquellos preceptores de impuestos. En la administración del dinero ajeno no hay quien se libre de meter de cuando en cuando la mano en el saco para ver qué hay dentro. 

Castillo de la Coracera
Iglesia de San Martín
Ayuntamiento de San Martín
Arquitectura popular en San Martín




De camino a Cebreros, transita por buenas pistas y bosques repletos de bellas rocas zoomórficas y antropomórficas que le salen a su encuentro, como si les consolara pensar que alguien pudiera librarles de su inmóvil naturaleza. El viajero no será quien les saque de su eterno hechizo, pues no tiene el poder de una Afrodita, que en cierta ocasión concedió a Pigmalión el deseo de dar vida a su amada estatua Galatea, de quien se había enamorado. Todo lo contrario, lo que hace el viajero es atarlas aún más a su destino al disparar el obturador de su cámara. 

Cuesta imaginar cómo podría ser un domicilio perruno
Seres antediluvianos emergen de entre los arbustos
Cebreros en lontananza
Casi llegando a Cebreros le sorprenden dos puentes sobre el río Alberche. Desde su origen en época romana estos puentes eran paso obligado para atravesar el río; por ello confluían allí dos importantes vías de comunicación: el antiguo Camino Real y la Cañada de la Mesta. Este camino es el que siguió en 1468 la infanta Isabel desde Cebreros hasta los Toros de Guisando, cerca de El Tiemblo, para ser declarada por su hermano, Enrique IV, heredera del reino de Castilla. 
     
Años después volvió a pasar por allí la Católica, camino de Granada, pero para entonces ya no era reina ni infanta, pues iba con los pies por delante.

Puentes  en el camino imperial Toledo-Valladolid
Puente de Santa Yusta
Gigantescos quelonios remojándose en el Alberche

La sonrisa etrusca
Inscripción labrada en la piedra referida al portazgo
que debía pagarse por pasar el puente
Río Alberche
Puente de Valsordo, románico en origen 
En Cebreros come el viajero al lado de la iglesia, tras comprar algunas viandas en un mercado que ya recogía sus bártulos. Y, para reposar su comida, decide sentarse sobre su bicicleta y subir cuanto antes el puerto que le llevará a San Bartolomé de Pinares, donde piensa pasar esta noche. 
Cebreros

El puerto de Arrebatacapas, que así se llama, está a casi 1100 metros sobre el nivel del mar. Lo sube el viajero sin excesivos esfuerzos, tal vez por haberse mentalizado al hablar con los lugareños de Cebreros, que se lo habían puesto muy negro, cuanto más al pretender subir con ese vehículo sobre el que viaja. De lo que no le habían advertido es de lo que venía después, bastante más duro, para lo cual el viajero no se había preparado en absoluto.
  
Desde el puerto de Arrebatacapas se divisa un mar de montañas de agradables tonalidades verdes y azules.
   
En el puerto de Arrebatacapas se saca un par de fotos el viajero, como recuerdo de su hazaña.
   
En lo alto del puerto de Arrebatacapas, para colmo, un perro de gran tamaño y aspecto terrible sale de entre los pinos y le persigue sin piedad. Por suerte, ahora toca descencer y las piernas del viajero se pierden en el movimiento del pedaleo, huyendo del can. 

Vista de Cebreros
Vista desde lo alto
En la cima del Arrebatacapas


San Bartolomé de Pinares es pueblo silencioso y empinado, muy empinado. Tan empinado es, que en ocasiones las invernales nevadas no pintan de blanco todo el pueblo, decorando solo la parte más elevada, allá donde está la ermita del Santísimo Cristo de la Vera Cruz. Eso le dijo la alcaldesa de San Bartolomé al viajero, lo cual, bien visto, le parece muy razonable.
     
Un hombre da de comer a una yegua y después, con esmero y destreza sin igual, hace de barbero, cortando, peinando y engominando las crines del pacienzudo animal.
     
Suena la campana de la iglesia de San Bartolomé, anunciando el comienzo de la misa vespertina. Unos feligreses acuden, prestos, a la insistente llamada.
     
San Bartolomé es pueblo empedrado, literalmente hablando: los cuidados adoquines del suelo y el granito de las fachadas de las casas dan la apariencia de un armonioso tapiz que lo envolviera todo.

Iglesia. San Bartolomé de Pinares
Llamada a misa en San Bartolomé
         
La arquitectura popular es algo que siempre llama la atención del viajero. Desde la ermita del Santísimo, allá arriba, sentado en los escalones de su entrada, contempla las casas mientras el sol, todavía vigoroso, comienza su lento descenso. 

Ermita del Santísimo Cristo de la Vera Cruz
Las casas son de una planta y están provistas de dos entradas: una da acceso a la parte principal de la vivienda; la otra, por la calle paralela, sirve para acceder a la zona trasera de la misma. Todas ellas están construidas con el más noble material: el granito. Un rústico aparejo de sillarejo, irregular, cubre los muros exteriores, y grandes y escuadrados sillares de perfecta talla son utilizados en esquinas y dinteles. La cubierta, a dos aguas, está sustentada por enormes vigas de madera que reposan en rotundos pilares, también de madera. Un muro pétreo se eleva hasta el vértice del tejado, dividiendo la vivienda en dos: la parte noble, si puede llamarse así, destinada a los habitantes propiamente dichos, y el corral, destinado a las bestias y demás animales. Sobre la red de vigas y para cerrar la cubierta con objeto de guarecerse de las inclemencias del tiempo, se emplean unos listones de madera de fino grosor que se colocan transversalmente y un poco superpuestos sobre dos vigas contiguas. Todo ello rematado con la teja, sobre la cual los años y el abandono hacen florecer mil pequeños arbustos alimentados por el agua de la lluvia.
     
El viajero, contemplando estas viviendas muertas, vacías, silenciosas, abandonadas, imagina cómo sería la vida en ellas hace no tanto tiempo, y se vuelve un poco nostálgico. 

Arquitectura popular en San Bartolomé





13/07/2014. De San Bartolomé de Pinares a Adanero


Muy temprano es cuando deja la habitación donde ha pasado la noche, en un improvisado albergue en el consultorio médico de San Bartolomé. Se dirige hacia El Herradón, que está a escasos kilómetros de allí.
         
El Herradón de Pinares tiene una bonita iglesia, sencilla y majestuosa a la vez.

Iglesia de El Herradón
El Herradón, a esas horas tempranas, está en silencio, dormido.
        

En El Herradón no está mucho tiempo el viajero, pues todavía le quedan montañas que atravesar. Según sus cálculos, hasta Tornadizos, pueblo al que quiere dirigir sus pasos, se puede llegar por un camino que transcurre paralelo al río de la Gaznata y después, tomando el camino de la izquierda cuando este se bifurca, paralelo al arroyo del Molón. Pero en ocasiones los cálculos fallan, pues no habrá nada de lo que se arrepienta más el viajero sino de haber tomado la decisión de llegar a Tornadizos por estos caminos, dejando el puerto del Boquerón, que está a 1305 metros, a su izquierda. La realidad es que lo que había empezado siendo un camino asfaltado deja de serlo para convertirse, poco a poco, y ante el asombro del viajero, que maldice sin parar, en el viejo cauce, seco ya, del mal hallado arroyo Molón.
     
El camino es infernal, abrupto y bello, muy bello. El viajero, en estos casos, siempre intenta sacar algo positivo de la situación, y se contenta con pensar que al menos quien lea estas líneas no osará cometer semejante barbaridad, pues ese es el consejo que les da después de su experiencia. Mejor es subir el puerto del Boquerón, que cargar con todos los bártulos por semejantes andurriales. 

Camino paralelo al río de la Gaznata

Retrospectiva del camino

Llega a Tornadizos por la carretera, pues todos los caminos de la zona son de uso privado y, después de saltar una valla para salir sin saber que estaba dentro, no quería saltar otra para entrar de nuevo.
Desayuno en Tornadizos
     
En Tornadizos el viajero deja atrás las montañas. Se vuelve para mirarlas un instante desde allí y no cabe en su asombro: realmente, piensa, estos parajes han de transitarse a pie, pues solo este medio de locomoción permite acceder al corazón de la más recóndita naturaleza. Tal vez lo haga en alguna ocasión. 

En Tornadizos de Ávila se sienta junto a una puerta a desayunar y reponer fuerzas.  
       
Una mujer pasa escudriñándole mientras prepara lo que se va a llevar a la boca. Un hombre, con bigotito blanco y cortado al cepillo, se acerca y le informa de los caminos que llevan a Bernuy. Bueno y agradable es el que le lleva a esta población, entre observadores y mansos toros que descansan sobre la hierba. 


Camino a Bernuy-Salinero
A Bernuy llega justo cuando las campanadas anuncian la misa. Es domingo, son las once y cuarto, y todos, animados y risueños, con decisión y elegancia dominical, se acercan a la puerta del templo donde, unos y otros, se saludan con desusada cortesía. 
            - ¡Buenos días! ¿Qué tal, Francisco?
            - Buenos días... Muy bien, gracias a Dios.
            - Mi enhorabuena por el nietecito...
            - Gracias, gracias... 

Iglesia de Bernuy
      
El viajero, sentado junto a la entrada, descansa del camino y observa discretamente a los lugareños. Poco a poco van entrando al interior de la humilde iglesia. Ahora viene una señora rezagada, el bolso bailándole en el brazo derecho, a buen paso para no llegar después del yo confieso. Pero no es la última, pues doblando la esquina aparece un hombre que ya no escuchará el Credo: es de mediana edad, calza zapato deportivo y viste con una colorida camiseta en singular contraste con el pantalón negro recién planchado a raya y todo. Al cruzar el umbral de la puerta se santigua de manera automática con su mano derecha mientras eleva el pie izquierdo para salvar el escalón de entrada. Al viajero no le da tiempo a echar un vistazo al interior: la puerta del templo se cierra rápidamente ocultándole sus bellezas, exclusivas de los iniciados. Así pues, tendrá que contentarse con el exterior. 
     
Pero el exterior de la Iglesia, dedicada a San Pedro Apóstol, es un plato suculento para el viajero, cuanto más por su encuentro inesperado en medio del campo abulense. Contemplándolo, le vienen a la mente sus particulares reflexiones sobre lejanos episodios de nuestra historia: realmente, el sistema montañoso que acaba de atravesar, la igual que otros que han sido fronteras naturales también, marcó el devenir de todo el centro peninsular con su poder divisorio. Antes habían sido los montes cántabros y, lustros después, estas montañas son las que escinden dos mundos, dos religiones, dos sociedades enfrentadas... Unos dejarán su huella al sur; otros la dejarán al norte. Y esta iglesia es una muestra arquitectónica de aquella historia, muestra que llama la atención a pesar de sus pequeñas dimensiones: en medio de la nada, realizada para satisfacer las necesidades de culto de una población tan pequeña como sería Bernuy en los siglos XII y XIII, construida en piedra y ladrillo, con los elementos decorativos típicos del último románico, la torre mudéjar a la cabecera, con sus esbeltos arcos de herradura apuntados...
   
Sobre la misma torre, guardando las broncíneas campanas, la cigüeña otea el horizonte, cual guerrero sobre la atalaya que, al parecer, este torre fue. 

Iglesia de Bernuy


Hasta Brevia, que está a pocos kilómetros al noroeste de Bernuy, los caminos son buenos y, sobre todo, llanos. El viajero, en estos momentos, considera importante este detalle de la orografía de la zona.
     
De camino a Brevia está el Dolmen del Prado de las Cruces. El nombre no guarda mucha relación con el origen de esta arquitectura megalítica, que es en realidad un sepulcro provisto de una cámara circular y un corredor que lleva a la misma. Lo de las cruces hará referencia a otra cosa que desconoce el viajero pues, según estudios realizados, su antigüedad oscila entre los cuatro y los seis mil años, tiempos aquellos en que la cruz todavía no tenía el simbolismo que hoy conocemos.
      
Sorprende que en tanto tiempo nadie se sintiera tentado de utilizar los pedruscos para hacerse una vivienda con ellos. 

Arquitectura megalítica de inhumación

Brevia son cuatro casas que lucen los acostumbrados muros graníticos de estos pueblos. En una solitaria fuente se abastece para continuar el camino hacia Gallegos de San Vicente.
   
Gallegos llama la atención del viajero por su original pavimento: la misma roca madre, berroqueña por supuesto, es la que alfombra parte de las calles de esta pequeña población. A su vez sirve de cimiento a sus humildes arquitecturas. 


Fuente en Brevia
Brevia
Gallegos de San Vicente
Afloraciones graníticas en Gallegos

Andando el camino llega a Venta de San Vicente cuya iglesia, desproporcionada tal vez con respecto al diminuto caserío, parece salir al encuentro del visitante.
     
La iglesia de Venta de San Vicente tiene una singular espadaña, que el viajero no sabría definir, pues bien mirado le parece más bien una rústica torre campanario de irregular diseño.
     
La iglesia de Venta fue construida en el siglo XV, y su discreta y original belleza la hace merecedora de obligada visita. Al menos eso piensa el viajero.
    
A lo alto de la torre de la iglesia de Venta de San Vicente, la cigüeña, hierática y estática, con su usual hermetismo, posa con impertérrita maestría bajo el sol del mediodía. 

Iglesia de Venta de San Vicente
Llegando a San Esteban de los Patos

En el cruce próximo decide el viajero seguir el camino que le lleva directamente a San Esteban de los Patos, después de intercambiar unas palabras con una mujer que pasea con una niña en bici. Tolbaños, cabeza de todas estas pequeñas poblaciones, queda de este modo a su derecha, fuera de su improvisado itinerario, tal vez por temor a que sea demasiado populosa.
       
Tras una larga recta del camino se llega a San Esteban de los Patos, ilustre aldea que surge a finales del siglo XIII con el fin de repoblar la zona septentrional de Ávila. La familia Patos, de noble alcurnia, fue elegida por don Velasco Velázquez, encargado de llevar a cabo dicha repoblación, para fundar la villa, como premio a su servicio prestado en las batallas contra los musulmanes.
       
San Esteban, que en tiempos llegó a tener más de doscientos habitantes, ahora cuenta con treinta y tres vecinos. 


Tiempo de descanso en San Esteban 

San Esteban es, a los ojos del viajero, un lugar idóneo para hacer una buena parada y comer algo. A la sombra de un árbol, en una pequeña plazoleta, come tranquilamente.
       - ¡Que aproveche!

       - Muchas gracias...

       - ¿Necesitas algo? Agua...

   
El viajero, que andaba algo falto de alimento, no se atreve a pedir nada ante tal ofrecimiento, y justamente ahora agua tiene más que suficiente.
      - No, gracias, ya tengo, que rellené en la fuente de Venta de San Vicente. Muy amable.
      
Un hombre de edad avanzada y bien ataviado coloca unas chuletas en la lumbre de una barbacoa portátil a la puerta de su casa, ahumando así las limpias y blancas sábanas que su mujer ha tendido por la mañana en las cuerdas de la fachada.
       
Un sinfín de pajarillos acompaña el ejercicio mandibular del viajero. Aparece el hombre de antes, repleto ahora su estómago de carne a la brasa, a recoger las pocas ascuas que ya quedan. Por la misma puerta que salió desaparece de nuevo, tras la cortina raída y descolorida, esta vez definitivamente, al menos para el viajero, que no lo vuelve a ver más. 
       
Después de comer deja que el temporal de calor amaine antes de echarse al camino, y se entretiene a la sombra escribiendo un poco.
       
Volviendo sobre sus pasos, se dirige a Escalonilla para luego coger el camino que le llevará a Santo Domingo. 

Hacia Santo Domingo
Un hombre, con gorra y bastón, le explica dos veces el camino que lleva a Santo Domingo.
      - ¿Te has enterado bien?
      - Sí, sí. Muchas gracias...

      - Si no, te lo explico otra vez. 
      - No, gracias, no hace falta.

     
En Santo Domingo le gustaría avituallarse para el camino, pero es domingo y todo en Santo Domingo, valga la redundancia, está cerrado, así que tendrá que conformarse con las pocas provisiones que le quedan. Lo que sí hace es rellenar sus botellas de agua en una fuente cercana.
    
Santo Domingo tiene un berraco de granito delante de la puerta del consultorio médico.    Es un berraco sin extremidades, y sin cabeza, prácticamente: tal es el desgaste que el tiempo ha ejercido sobre la piedra.
     
Vega de Santa María, al norte, no dista mucho de Santo Domingo.
   
Vega de Santa María tiene una iglesia con un frontón adosado a uno de sus muros laterales, y una espadaña a sus pies, realizada en ladrillo, y dos campanas en ella, semejantes a las de la iglesia de Santo Domingo, y una cigüeña rematando el monumento, también como en Santo Domingo, y como en Brevia, y como en Venta de San Vicente, y como en tantos otros lugares dignos de felice recordación.
      
En Vega de Santa María una madre juega al frontón con su hijo, tal vez por ser lo que al pequeño más le atrae del pueblecito. El viajero, en ocasiones, prefiere eso: no demasiadas cosas que aturdan los sentidos. 

Vega de Santa María
Blascosancho es un lugar donde el paso del tiempo, devastador en ocasiones, ha grabado a fuego sus iniciales. Y siempre son los más débiles los que sucumben más prontamente ante las inclemencias de la naturaleza y los desaires de la ciega humanidad, por llamarla de alguna manera. En este caso, son las humildes mas no por ello faltas de belleza arquitecturas populares, construidas en adobe.
         
Blascosancho, como también Escalonilla, poco a poco va transformando su fisionomía: primero, durante años, tal vez décadas, muestra sus casas derruidas, con los tejados hundidos, las vigas carcomidas y los bloques de barro cocido esparcidos a sus pies, como despojos de una batalla; después, una y otra son sustituidas por asépticas viviendas, vulgares en ocasiones, de marcada fealdad la mayoría y desprovistas de memoria todas ellas.
         
En Blascosancho, el viajero para un rato junto a una de esas casas y se siente tentado de llevarse un bloque de adobe, de recuerdo. Lo coloca junto a la bicicleta para meterlo en su equipaje. Finalmente, considerando el peso y el volumen del bloque, se contenta con sacarle una foto. Y ahí se queda el bloque de adobe, sobre la acera, esperando que el sol, la lluvia o la nieve lo deshaga y desaparezca llevado por el viento.

Ruinas en Blascosancho
Bloque de adobe
Iglesia de Blascosancho
Parte hacia Pajares. Cuando está de camino, en una bifurcación, piensa que será mejor seguir hacia el noreste, en dirección a Adanero, pues queda poca luz y es menester encontrar un lugar donde pasar la noche.


De camino a Adanero
En Adanero entra por la calle del Veintiocho de Junio de 1942, fecha que, dicho sea de paso, no ve muy apropiada para denominar una vía pública pues rememora, entre otras cosas que quizás desconozca el viajero, una ofensiva fratricida de uno de los más grandes asesinos de la historia. Sigue después por la calle de la Libertad, apelativo que le agrada más, ciertamente, para continuar después por la calle Real que desemboca en la Plaza Mayor. En esta plazoleta que es la Plaza Mayor se ubica la iglesia de Adanero. El denominar Real a una calle es algo que le resulta indiferente al viajero.

En la iglesia de Adanero, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, se superponen unos volúmenes a otros, dando como resultado un original mosaico de formas y materiales. De hecho, el templo es fruto de distintas intervenciones a lo largo de los siglos, lo que permite apreciar estilos tan alejados como el mudéjar y el barroco dentro de la propia estructura arquitectónica.
      
En Adanero, la noche es realmente oscura. Las farolas, a modo de lúgubres candiles distan, según las mediciones del viajero, de treinta a cincuenta pasos entre sí, dependiendo del caso, lo que origina, claro está, unos grandes espacios en penumbra que, lejos de disgustarle, le entusiasman sobremanera, pues generan un sobrecogedor y evocador ambiente nocturno. Las autoridades de Adanero sabrán justificar tal escasez de luz en sus vías públicas.
     
En Adanero encuentra, casi sin quererlo y a buen precio, un alojamiento a las afueras de la población que supera con creces sus expectativas de cobijo. En un mullido y cálido lecho duerme como un tronco hasta el amanecer. 

Iglesia de Adanero

Posada en Adanero



14/07/2014. De Adanero a Iscar       


Saliendo de Adanero se dirige a Martín Muñoz de las Posadas por la Colada de los Pimenteros, donde pueden apreciarse aún restos del empedrado antiguo que habla de la relativa importancia de este camino en tiempos pretéritos.
      
En algún punto que el viajero desconoce, deja atrás las tierras abulenses y se adentra en la provincia de Segovia. A decir verdad, no percibe ningún cambio, ni en el paisaje, que es igualmente bello, ni en el estado del camino, que sigue siendo tan áspero como antes.
     
La colada, en palabras de la Real Academia, es una faja de terreno por donde pueden transitar los ganados para ir de unos a otros pastos. Además de la de los Pimenteros que ahora recorre, están la Colada de Tiñosillos y la Colada de Puentequebrada, algo más al sur; la Colada de San Juan de la Torre y la Colada de Canga, hacia el oeste; la Colada de Camino de Vinateros y la de Trasierra; la Colada de Crespos a Medina del Campo y la Colada de la Lámpara, al norte. Luego, dejando a un lado las Cañadas Reales, que no son pocas, están los cordeles, de los que hay un buen puñado: Cordel del Lavajuelo, Cordel de Ganados de Peñaranda a Arévalo, Cordel del Sendero del Lebrero, Cordel de los Arrieros, Cordel de la Calzada de Toledo, Cordel de Medina, Cordel de Cantaracillos a Fontivero, Cordel de Medina del Campo a Peñaranda de Bracamonte, Cordel de la Calzada vieja de Arévalo, entre otros. El cordel, según la legislación de la Mesta, tenía cuarenta y cinco varas de ancho. En toda esta red de antiguos caminos también están las veredas: la de Salamanca, la de la Calzada de Peñaranda, la de Pajares, la de la Calzada Romana, la de los Esquileos, la de Cantaracillo a Arévalo y otras tantas. Las veredas, más estrechas, tenían veinticinco varas de ancho, según las disposiciones de esta organización ganadera creada en 1273 por el rey Alfonso el Sabio con el nombre de Honrado Concejo de la Mesta de Pastores.
   
Todos estos caminos aquí citados transitan, en parte o en su totalidad, por territorio abulense. No ha querido el viajero ser más exhaustivo ni adentrarse en los que pertenecen a otras provincias por no parecer demasiado pesado a ojos del amable lector.
      
Como justificación a su prolija enumeración, ha de decirse que estos caminos le vuelven loco al viajero y ya desearía él que una cuarta parte de los mismos, o menos, fuera recuperada para disfrute de aquellos que prefieren desplazarse con más sosiego y parsimonia. 

Restos de empedrado en la Colada de los Pimenteros
Martín Muñoz de las Posadas
La gente duerme cuando llega a Martín Muñoz. En la calle, solo el canto alocado de los pajarillos que revolotean y el agradable chillar del vencejo lanzándose contra los tejados rompen la quietud de la Plaza Mayor, donde se encuentra en estos momentos.
    
La Plaza Mayor de Martín Muñoz de las Posadas le parece al viajero de una belleza extraña. Para el viajero, en muchas ocasiones, la belleza de las cosas guarda mucha relación con su cualidad de extraña, y piensa que no se equivoca al decir que tanto más bello es algo cuanto más extraño es.
      
La Plaza Mayor de Martín Muñoz de las Posadas está presidida por la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, situada al lado norte de la plaza, de estilo gótico, construida con singular maestría en piedra y ladrillo para obtener un resultado sorprendentemente autóctono, alejado de los modelos primigenios franceses.
     
La Plaza Mayor de Martín Muñoz de las Posadas tiene también, en su lado sur, unas galerías porticadas sustentadas por columnas de granito que, aunque muy restauradas, armonizan perfectamente dentro del conjunto.

Iglesia de Martín Muñoz
Ayuntamiento
Galerías porticadas en la Plaza Mayor
Al sureste de este pequeño ensanche que es la Plaza Mayor de Martín Muñoz, el Palacio del Cardenal Espinosa asoma sus torres, como queriendo formar parte de este privilegiado espacio de la villa. Construido en el siglo XVI, este palacio es una muestra de armónica combinación de materiales y volúmenes: fachada de ladrillo con la portada y el zócalo inferior de granito y sendas torres, también de ladrillo, flanqueándola, provistas de estilizadas y bellas arquerías en su único cuerpo que se rematan con agudos chapiteles de pizarra. Este bello decorado contrasta sobremanera con el personaje al que pertenecía y para el cual fue construido: el cardenal don Diego Espinosa Arévalo.
      
Don Diego Espinosa Arévalo, natural de Martín Muñoz de las Posadas, de familia noble y adinerada en esta villa, se licenció en Derecho Civil y Canónico en la Universidad de Salamanca. Pero además de estos títulos de orden sapiencial, también ostentó otros de otra índole que culminan con el de Inquisidor General en diciembre de 1566. Como brazo derecho de don Felipe II, fue designado como regente cuando este tuvo que ausentarse a Flandes en 1568. Es, además, don Diego, el autor de la Pragmática Sanción, edicto promulgado en 1567 con el fin de suprimir la cultura y las tradiciones de los moriscos de Granada. En fin, mejores cosas no pudo hacer este prelado en pro de la humanidad, pues poco tiempo después, cuando contaba solo cincuenta y nueve años, don Diego contrajo una enfermedad que lo llevó a la muerte con sigilo y rapidez, impidiéndole proseguir su carrera vertiginosa. Sus restos descansan en una capilla de la iglesia de su villa natal.
     
Una cigüeña alza el vuelo parsimoniosamente para posarse en otro lugar cercano. El viajero, que ha permanecido en esta plaza durante más de una hora, la observa desde abajo y decide que él también ha de proseguir su camino. 

Palacio del Cardenal Espinosa
La plaza de Martín Muñoz
Codorniz, próximo pueblo al que se dirige, está al norte de Martín Muñoz.
    
Codorniz es el topónimo con que se conoce a esta villa, al menos, desde que se tienen referencias suyas, en 1250. Según dicen, es posible que tomase este nombre del paraje en el cual se asentó.
    
En Codorniz, el viajero, que no sabe por qué extraña costumbre siembre lo escudriña todo, nada más llegar se fija en el nombre de una plaza, al lado de la iglesia: Plaza Rey Felipe VI. Sorprendido, frena en seco y se queda mirando perplejo el cartel: letras blancas sobre un fondo azul oscuro, puro, limpio, brillante, con un vivo alrededor también de un color blanco neto, inmaculado; colocado con extrema y matemática exactitud entre dos ventanas, con absoluta y milimétrica precisión horizontal en paralelo a una decorativa línea de impostas de color rosa claro de la fachada; fijado a la pared con cuatro tornillos, cada uno en una de las cuatro esquinas del rectángulo.
     
Según le cuenta un codornicense, con visible orgullo, Codorniz tiene el honor de ser el primer pueblo de España que posee en su callejero una plaza con este nombre, después de ser aprobado en un pleno del Ayuntamiento.
   
En Codorniz compra algunas provisiones y desayuna plácidamente bajo la galería porticada de su iglesia.

Iglesia de Codorniz
Desde Codorniz hasta Santiuste de San Juan Bautista habrá unos diez kilómetros a través de un terreno con suaves ondulaciones. De camino encuentra un campo de girasoles junto al que pacen unos caballos que se acercan a su llegada, como deseosos de salir de su habitual monotonía. 



Girasoles y caballos de camino a Santiuste de San Juan Bautista
En Santiuste el viajero se para a contemplar, una vez más, la arquitectura popular: casas en adobe la mayoría, enjalbegadas sus fachadas que ocultan la humilde traza de sus materiales y en estado de abandono casi todas ellas; otras emplean el ladrillo como material característico de toda esta zona, tan diferente a los pueblos serranos que ha recorrido, donde predominaba la piedra granítica.
       
Santiuste, que hasta el siglo XIX se venía denominando Sant Yuste, tiene una iglesia, la de San Juan Bautista, cuyo ábside semicircular parece entrever un posible origen románico. El viajero aprecia, sin saber si es acertado o no, cierta semejanza entre la decoración del ábside y el esgrafiado segoviano, tan característico de esta ciudad. Como no lo tiene claro, no quiere meterse en contrapuntos al respecto, esperando que alguien más docto en la materia dilucide el asunto.

Arquitectura popular en Santiuste
Barro y madera
Iglesia de San Juan Bautista en Santiuste
Ábside de la iglesia
Bernuy de Coca, situada a escasos kilómetros al noroeste, es una pedanía de Santiuste.
        
Bernuy de Coca, como es norma, tiene una iglesia parroquial, con una torre cuya esbeltez llama la atención. La torre tiene dos cuerpos: uno inferior, en mampostería con hileras horizontales de ladrillo, y otro superior, que cobija las campanas, construido exclusivamente en ladrillo.
       
En Bernuy de Coca, después de sacar una foto a la torre, prosigue su camino hacia Puente de Santa Cruz. 

El camino se desdibuja yendo hacia Bernuy de Coca
Esbelta torre, la de Bernuy de Coca
A la salida de la población, antes de ponerse en camino de nuevo, no puede dejar de echar una mirada de tristeza a la multitud de casas ruinosas que se agolpan a su paso, como implorando ayuda. Saca algunas fotos como único recurso ante tal abandono, teniendo la certeza de que a la vuelta de cinco, tal vez diez años, todo aquello habrá desaparecido por completo, no quedando ni siquiera el recuerdo de lo que fue.

Casas abandonadas en Bernuy
 En Puente de Santa Cruz el viajero bebe agua de una fuente que a su paso encuentra.
       - No es potable. Bueno, no está tratada... no tiene cloro. 
       - Ya.
       - Todos los que viven aquí la han bebido siempre...
       - Ya.

       
A pesar de lo que le dice esta amable mujer, rellena sus botellas de agua sin cloro en esta fuente de Puente de Santa Cruz.
        
Puente de Santa Cruz es la última población segoviana que transitará, por el momento, el viajero en su pertinaz nomadismo. Fuente Olmedo, al norte, está ya en tierras vallisoletanas.
      
Los fuenteolmedanos le perdonarán por no detenerse demasiado en su villa, pues lo que quiere ahora es llegar a Olmedo cuanto antes, que al menos más nombre sí que tiene. 

Iglesia de Fuente Olmedo
A ojos del viajero, que ha visto unos cuantos pueblos en muy pocos días, Olmedo es, sin lugar a dudas, el mejor y más digno candidato como cuna del atractivo, valiente y cortés don Alonso, el caballero natural de esta población que protagoniza la tragicomedia de Lope.
          
 Le viene a la mente la letra de la canción popular que dice:

                              Que de noche le mataron al caballero,
                              la gala de Medina

                              la flor de Olmedo.




Olmedo debe su nombre a la gran cantidad de olmos que abundaban en su término, de los cuales poco queda en la actualidad.
     
Olmedo es, tal vez, el punto culminante de este pequeño periplo por tierras castellanas, al menos desde el punto de vista arquitectónico. Por doquier se encuentra el viajero con iglesias, monasterios, murallas, puertas y demás edificios civiles, que lo envuelven con su manto de ladrillo. Porque Olmedo se muestra al visitante revestido de ladrillo. Este material, que ya se iba viendo más por el camino, cuando dejó atrás las montañas, tiene en Olmedo uno de sus mayores centros. En los poco más de cien kilómetros cuadrados que tiene la villa, es sorprendente la ingente cantidad de interesantes edificios con que topa. 

Iglesia de Santa María del Castillo, en Olmedo
El evangelizador Fray Bartolomé 
Privilegiado lugar donde guarecerse del sol
De todo ello, lo que más le atrae es la iglesia de Santa María del Castillo, templo que se construye sobre otro anterior de traza románica que, al parecer, se encontraba dentro de una fortaleza: de ahí el nombre de Santa María del Castillo. Una portada del siglo XII, románica, es vestigio de este edificio desaparecido. El actual consta de una nave con capillas en uno de sus lados y tiene una estructura gótica, aunque las bóvedas se perdieron en 1879 a causa de un incendio, sustituyéndose por el actual artesonado. El pórtico clasicista, de orden toscano y gran belleza, recuerda los modelos italianos de los que bebe.
     
Dejando a un lado la función que en la época tenían estas galerías porticadas, el viajero se dirige a ellas, primero, para refugiarse del sol, que cuando llega está en su cenit; y, en segundo lugar, por parecerle el sitio más privilegiado para descansar y llevarse algo a la boca. Esto, dicho sea de paso, debe de ser una manía que tiene, pues siempre elige este lugar para esos menesteres.
    
En el caso de Olmedo, el escoger este sombreado y amplio lugar para comer tiene además otras ventajas, pues desde allí tiene una agradable perspectiva de la plaza de Santa María con el antiguo convento de la Merced como telón de fondo, edificio construido, cómo no, en ladrillo, a excepción de su base, de sólidos y grandes sillares de granito.
      
La cigüeña castañea con el pico desde la torre.
    
Despliega el viajero sobre el rústico banco lo que va a comer mientras escucha este insistente batimiento.
   
Otra cigüeña, inmóvil como una estatua sobre el tejado de la Merced, súbitamente comienza a crotorar también, como en respuesta a su compañera de la torre, tal vez.
      
El aderezo es algo que el viajero considera muy importante a la hora de comer, y nunca olvida llevar en su equipaje una pequeña botella de un buen aceite de oliva para poder aliñar sus ensaladas.
      
La cigüeña, siempre al sol, se le figura al viajero como un ser inmutable, intemporal, de naturaleza divina, que observa con arrogante superioridad a los míseros mortales.
       
El pan, si es buen pan, con un poco de aceite y cebolla, es realmente un manjar.
      
A la cigüeña, indiferente a la vida que acontece aquí abajo, tal vez lo que más le guste es tomar el sol y permanecer inmóvil.
     
La cebolla, en ocasiones, es conveniente acompañarla de un poco de pepino con una pizca de sal, sobre todo si el pepino está terso y fresco y no amarga.
    
Repentinamente, una de las cigüeñas de la Merced, que ha permanecido invariable durante largo rato, alza el vuelo para posarse de nuevo un poco más allá.
     
Realmente, el viajero, como desconocedor absoluto del comportamiento de la cigüeña, tiene gran interés y curiosidad por desvelar el secreto de su misteriosa forma de actuar: esos repentinos y aislados vuelos dentro del más absoluto quietismo.
   
Tal vez, se atreve a conjeturar, esta ave, al igual que algunos místicos de dudosa ortodoxia, ha adoptado la doctrina quietista para conseguir, por medio de la contemplación pasiva, la suma perfección del alma cigüeñil. Esta hipótesis, aunque algo descabellada quizás, tiene mucho sentido si tenemos en cuenta los lugares, siempre elevados y sobre sacros edificios, donde la cigüeña suele anidar.
      
Después de comer y pasear por las calles de Olmedo encamina sus pasos a Pedrajas de San Esteban, hacia el noreste. Sin saber por qué, por primera vez en todo el viaje, ahora se dirige hacia el este, sin tener muy claro del todo el lugar por el que va a encontrarse con el río Duero.

Iglesia de La Merced
Galería de Santa María
Templo de San Andrés, transformado en auditorio al aire libre
Murallas de Olmedo
Camino de Pedrajas pasando por la Virgen de Sacedón
Para llegar a Pedrajas de San Esteban hay que atravesar un frondoso bosque de pinos, tras el cual, como un espejismo, descubre un pavimento destinado al tránsito de bicicletas que le lleva directamente a Pedrajas. Es este el camino que une la pequeña población vallisoletana con la ermita de la Virgen de Sacedón, que se encuentra en medio del pinar. La ermita, pequeña y rodeada de verdor, se construye en 1705 aunque lo que hoy puede apreciarse de ella dista mucho de ser su aspecto originario, a causa de las numerosas remodelaciones que ha sufrido. La Virgen bajo cuya advocación se fundó la ermita, es una talla gótica, de madera policromada.
   
Los pedrajeros, en el mes de mayo, trasladan la sagrada imagen a la iglesia de San Esteban Protomártir, situada en el pueblo, en recuerdo del día de su coronación.
     
La solemne coronación de la Virgen de Sacedón tuvo lugar el día once de mayo de 1958, celebrándose una misa en la plaza del pueblo de Pedrajas a cargo del entonces canónigo de la catedral de Valladolid, don Marcelo González. La corona, a modo de nimbo resplandeciente, fue primeramente bendecida y después colocada sobre la cabeza de la polícroma talla, que ese día lucía un recatado vestido bordado que solo dejaba ver su pequeña cabecita de madera.
      
En Pedrajas, como en la Villa de Don Fadrique, o como en Amsterdam, los lugareños se desplazan en bicicleta. 
     
La iglesia de Pedrajas, de piedra, está cerrada cuando el viajero llega, a la hora de la siesta.
      
Una mujer, sentada a la puerta de su casa, le informa acerca de los caminos que llevan a Iscar, que está a un paso de Pedrajas.
     
La mujer que está sentada a la puerta de su casa tiene acento cubano, aunque, por lo que cuenta, parece más pedrajera que isleña.
   
En Pedrajas hay dos posadas donde podría pasar la noche, pero el viajero decide continuar hasta Iscar, por ver su castillo.
     
A la mujer que estaba sentada a la puerta de su casa le gusta más Pedrajas que Iscar. Parece una cuestión sentimental. El viajero sigue su camino, pensativo.
     
Iscar se encuentra en una llanura pinariega surcada por los ríos Cega, Pirón y Eresma. Los romanos la llamaron Ipsca y, siglos después, los musulmanes se refieren a este lugar como Hins’Skr, de donde procede el actual topónimo.
    
En Iscar, lo primero que hace el viajero después de buscar un aposento, es subir al castillo, pues ya es tarde y quiere otear el horizonte antes de que se eche la noche encima.        Las montañas del Sistema Central, que ha atravesado ha pocos días, se ven desde allí lejanas, pequeñas, insignificantes, incapaces de infundir el más mínimo temor al viajero, en estos momentos.
     
Después de contemplar cómo el sol se deshace en el horizonte, perdiendo su nítida y natural redondez a favor de una colorida e informe amalgama, espectacular en esta altiplanicie en que se encuentra, el viajero se da por satisfecho y se va a dormir sin demasiado preámbulo. 

Santa María de los Mártires en Iscar
Castiilo de Iscar
Torre del homenaje




15/07/2014. De Iscar a Tudela de Duero


Cuando sale al camino aún no tiene muy claro a dónde dirigir sus pasos: hacia el noreste, siguiendo el curso del Duero, llegaría, en unos cuantos días, a Soria; hacia el noroeste, pasando la línea fluvial, tal vez esa misma noche podría estar en Valladolid.
      
El viajero, que gusta de deleitarse en el camino y detenerse donde le place, piensa que tal vez encuentre mejor ocasión para recorrer la sinuosidad del Duero, con más tiempo, tranquilidad y sosiego. Pero, no queriendo apresurarse en la toma de decisiones, pues no lo ve necesario, deja para más adelante el determinar qué camino seguir.
     
Cogeces de Iscar, justo al norte, dista de allí poco más de cinco kilómetros. Y al lado está Megeces.
     
Megeces, a pesar de lo poco agraciado de su topónimo, tiene un puente medieval y una iglesia, la de Santiago Apóstol, en estilo románico-mudéjar, según dicen.
   
Al viajero, eso de poner a la arquitectura etiquetas híbridas como esta no deja de parecerle extravagante. El románico, según él tiene entendido, es característico, entre otras cosas, por el uso de la piedra; la arquitectura mudejar, sin embargo, se construye en ladrillo. No puede haber, pues, comunión más desavenida que esta.
    
No entra en Megeces, dirigiéndose, sin explicación aparente, hacia Cogeces de Iscar.           Para llegar a Cogeces es preciso cruzar el puente de piedra sobre el río Cega.
    
Cogeces de Iscar puede hacer alarde de un hermoso templo, ejemplo de sobriedad y solidez cistercienses. El exterior de San Martín de Tours llama la atención quizás por su sencillez y pureza arquitectónicas: una portada, de arquivoltas apuntadas con decoración de dientes de sierra, que probablemente se cubriría de las inclemencias con un humilde tejaroz hoy desaparecido; y recios contrafuertes que dan relieve a sus muros austeros.


Iglesia de Cogeces
Sencilla y austera, la portada de San Martín de Tours, en Cogeces
Santiago del Arroyo, lugar calmo y reposado, es una pedanía de San Miguel, también del Arroyo.
     
En Santiago del Arroyo hay una iglesia también, bajo la advocación de Santiago Apóstol, en mampostería, con una espadaña a los pies como en ejemplos abulenses.
  
Una mujer asoma la cabeza por la ventana y sacude las alfombras a hurtadillas. El viajero, que desayuna junto a la iglesia, mira para otro lado, haciéndose el disimulado.
    
En Santiago del Arroyo también quedan unos restos ruinosos de una bella casa nobiliaria con portada clasicista, rostros de angelotes decorando los capiteles de dos columnas y escudos heráldicos de difícil lectura. La puerta está tapiada y la verdura asoma por una ventana como señal de su abandono. 

Hacia Santiago del Arroyo
Parada en Santiago del Arroyo
Antigua casa nobiliaria
Balcón florido en Santiago del Arroyo
Camporredondo se encuentra en mitad de la llanura, rodeado de páramos y pequeños cerros de pinares. Los ríos Duratón, Cega y Duero fluyen en derredor, aunque ninguno de ellos llega a regarlo.
      
En Camporredondo también abundan las casas en adobe, construidas por manos toscas con el fin de guarecerse del clima extremo de la meseta. La sorprendente regularidad de los bloques de barro, unidos unos a otros para formar los muros, tal vez no fuera suficiente para mitigar el frío del riguroso invierno, piensa el viajero.
       
Unos perros, detrás de una verja, ladran con insistencia a su paso.
    
La iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, del siglo XIII, construida en piedra, contrasta con la sencilla y humilde arquitectura de barro.
      
El viajero no deja de sorprenderse ante estos enormes monumentos, ostentosos y bellos a la vez, incólumes ante el paso del tiempo, construidos para unas cuantas decenas de feligreses, centenares tal vez, cuya mansa y natural rudeza buscaba el consuelo y la salvación de su alma en intrincados dogmas de fe predicados por habilidosos tonsurados.
     
Estos templos son, a ojos del viajero, pedazos de historia hecha piedra; tras sus muros locuaces todavía parecen oírse las plegarias de los fieles que, generación tras generación, y como reencarnaciones de los mismos individuos anónimos, son susurradas a un Dios omnisciente; sus bóvedas de piedra aún rezuman los ecos de las exaltadas prédicas; su grandiosidad arquitectónica evoca el ampuloso y lujoso aparato de la Iglesia del medievo.
     
Quitando peso, que lo tiene, a estos pequeños detalles de nuestra historia, el viajero se deleita con la contemplación de la parroquia de Camporredondo, y se pasa un rato sacando fotos.


Camporredondo
Bonita textura

De camino a Montemayor de Pililla, los campos de trigo, con las espigas repletas de grano, esperan el momento de la siega.


De camino a Montemayor de Pililla
Campos de trigo
Desgrane
   
Montemayor de Pililla se encuentra al noreste de Camporredondo, enclavada en un páramo por donde corren el arroyo Valcorba y el Valdecelada. No tiene muy claro el viajero por qué dirige sus pasos a esta pequeña población, en lugar de encaminarse a La Parrilla, justo al norte. Lo cierto es que en breve espacio de tiempo se encuentra allí, en Montemayor.
      
El vencejo se afana en su vuelo, loco y violento, sobre los tejados de las casas. Un nido, vacío, espera la pronta llegada de la cigüeña.

      
En la plaza de Santa María, escuchando el canto de los pájaros, se come el viajero unos albaricoques.
      
Una mujer, ayudada de una muleta en su mano izquierda, cruza ávida la plaza y tira una bolsa de basura al contenedor. 
      - Buenos días.
      - Buenos días.

     
Adosado a la torre de la iglesia de Montemayor hay un edificio de viviendas, de dos pisos y ventanas con persianas de plástico. Al viajero le sorprende la extrema fealdad del mismo y se pregunta quién sería el maestro que permitió llevar a cabo semejante aberración. 

Montemayor de Pililla
Iglesia de Montemayor

El camino a Santibáñez de Valcorba, por el que hasta el momento, pese a su escasa comodidad, había ido transitando, se torna arenal, se difumina para convertirse en un
harinoso desierto por el que es imposible circular. 

Hacia Santibáñez de Valcorba
Imprevistos arenales de camino a Santibáñez


Santibáñez es pueblo pequeño, silencioso, solitario. Santibáñez guarda algunas casas ruinosas a sus afueras. En Santibáñez de Valcorba, como no tiene mucho que ver, piensa estar poco tiempo el viajero. Pero antes de salir de la población, indicando el estómago la hora que era, decide buscar un reposado lugar a la sombra para llevarse algo a la boca. Y lo encuentra, como siempre, junto a la iglesia, pero esta vez no a cobijo de su galería, que no la halla por ninguna parte, sino a la sombra de unos ciruelos cuyos frutos, dulces, rojos, sabrosos, se verá tentado a probar.

Iglesia de Santibáñez 
Cosecha de ciruelas en Santibáñez
Comida a la sombra de los ciruelos
Repletas las ramas de estos jugosos frutos

Santibáñez es el punto geográfico donde se hace ineludible decidir el camino a seguir. Al norte, a escasos cinco kilómetros de allí, está Sardón de Duero, la primera población bañada por el río. Siguiendo su curso, a contracorriente y pasando por Olivares de Duero, Valbuena de Duero, San Bernardo, Pesquera de Duero, Curiel de Duero, Bocos de Duero, Roa, Aranda de Duero, Langa de Duero, San Esteban de Gormaz, Pedraja de San Esteban, Gormaz, Berlanga de Duero y otras tantas poblaciones de mayor o menor importancia, se llega a Soria. Este itinerario transcurre por la conocida ruta del Cid, quien transitó por aquí hace ya mil años, camino del destierro. Anduvo también, no hace tanto, Camilo José Cela, dejando constancia de ello en su guía de viaje Judíos, moros y cristianos, cuya lectura el viajero recomienda encarecidamente a todos aquellos que se consideren amantes de estas tierras castellanas.
     
Por otro lado, a dos kilómetros al noroeste de Santibáñez, está Traspinedo y, andando un poco más y en la misma dirección, Tudela de Duero. Esta opción le llevaría a Valladolid, lugar donde podría dar por finalizado su deambular por la vieja meseta, si así lo deseara. 
    
El viajero ahora lo tiene claro: las tierras sorianas son, sin lugar a dudas, de las más bellas y atractivas de toda la península, y para adentrarse en ellas es menester no tener billete de vuelta y poder así deleitarse con su fragancia cargada de historia, arte y tradición, y premiar a la vista con la extraordinaria belleza de su paisaje. Como es ya sabido que el viajero no gusta de recorrer en su bicicleta kilómetros sin ningún otro aliciente que el de recorrerlos, gira el manillar hacia la izquierda y se dirige a Traspinedo y Tudela, con la certeza de que no se ha equivocado en su decisión. 

Iglesia de Traspinedo

Traspinedo parece hacer honor con su nombre a la comarca en que se encuentra, la vallisoletana Tierra de Pinares. Impresionante es su iglesia, dedicada a san Martín, gótica de finales del siglo XV y reformada por el arquitecto Matías Machuca en el XVIII.
       
En la plaza de Traspinedo, frente al templo, una casa de adobe recubierta de cemento y restos de pintura luce un cartel en una de sus ventanas: se vende. Los desconchones del recubrimiento dejan ver parte de su noble estructura de madera.
       
Una mujer sale a la puerta de su casa secándose las manos en un descolorido delantal. 
        - Si le interesa yo conozco a los dueños, viven en Valladolid...
       - No, no, solo estaba sacando algunas fotos, es que me gustan estas casas que se ven
por aquí... Gracias.
     
La mujer, quizás al darse cuenta de que el viajero no lleva tanta prisa como pensaba, aprovecha para ejercitar el habla con él, demostrando tener una sorprendente locuacidad.  El viajero la escucha atentamente, observando sus ojillos expresivos y vivaces.

En Traspinedo llama la atención una calle típica en la que abundan los soportales con pie de madera que sustentan casas en muy distinto estado de conservación.
     
El viajero, cuando deja Traspinedo en dirección a Tudela de Duero, tiene la sensación de que ha recibido una lección de sabiduría, tanto le han calado las palabras de la mujer del mandil descolorido. 

Estructura de madera y muros de adobe bajo el
recubrimiento de la fachada
Esta sería una bonita fachada, hace años

Calle con soportales en Traspinedo
Estos, sin restaurar

Detalle de los elementos sustentantes

Tudela saluda con su río Duero a la llegada del viajero. Se dirige, cómo no, a la sombra que en esos momentos le proporciona la iglesia, enorme, y se come unos cuantos de los deliciosos frutos rojos que cosechó en Santibáñez de Valcorba.
   
En la plaza de la iglesia hay una fuente con cuatro caños secos, estériles. Según le cuenta un lugareño, el ayuntamiento decidió cortar el agua porque los niños se mojaban.
     
El viajero, sorprendido, no llega a comprender la mentalidad de autoridades que lleven a cabo medidas de seguridad semejantes, y menos con justificaciones de este jaez.
     
El viajero, aunque no es muy amante de ritos y ceremonias, en Tudela de Duero se cuela dentro del templo, dedicado por enésima vez a Nuestra Señora de la Asunción, y se zampa una misa entera, con el objeto de poder contemplar sus bóvedas larga y pausadamente. Cierto es que, llegado el momento del ofertorio, ya quiere mover sus pies de ese lugar, pero el respeto, o la vergüenza, que no lo tiene claro del todo, se lo impiden, anclándolo junto al banco e impulsándolo a levantarse de su asiento cuando los diferentes momentos de la celebración así lo requieren, como títere de Maese Pedro. Desde este lugar privilegiado en que está, frente a frente con el reverendo, también tiene la oportunidad, y con ello se contenta y se le pasa el rato, de contemplar el retablo mayor de la iglesia, obra del siglo XVI debida al escultor Manuel Álvarez. El viajero reconoce que asistir al rito eucarístico sin atender, como Dios manda, el discurso del celebrante, no es lo mejor que hacerse pueda pero, piensa, quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
     
Cuando cae la tarde se pasea por la ribera del río y las callejuelas de Tudela, con todo el tiempo del mundo, pues tiene intención de pasar allí la noche.
     
Tudela también es conocida como el oasis de Castilla, o la alegre lágrima del Duero, por su exuberante vegetación en medio del secarral castellano.
  
Tudela, como cabe esperar, está abrazada por su río, cuyos meandros, de por sí caprichosos, casi la convierten en islote de Castilla. Los tudelanos estarán orgullosos de ello, seguramente. 

Tudela de Duero
Río Duero a su paso por Tudela
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
Paseando por Tudela





16/07/2014. De Tudela de Duero a Valladolid


Está saliendo el sol cuando parte hacia Valladolid, punto final de este recorrido por la vieja Castilla.
     
La idea de terminar sus andanzas en Valladolid y no en Tudela tiene más de capricho que de necesidad: después de estos días perdido por pequeños y solitarios pueblecitos, le place ahora pasearse un poco por las concurridas calles de la capital vallisoletana, a modo de colofón de su viaje.
      
Para llegar a Valladolid, la opción más directa es pasando por Cistérniga, pero el viajero prefiere, por parecerle camino más tranquilo y alejado de las principales vías de comunicación, seguir hasta Renedo, que está ligeramente al noroeste de Tudela, y entrar en la ciudad por su flanco este.
     
Renedo de Esgueva, dicho sea de paso, como Castronuevo de Esgueva, Villarmentero de Esgueva, Olmos de Esgueva, Piña de Esgueva, Esguevillas de Esgueva, Torre de Esgueva, Canillas de Esgueva, Encinas de Esgueva, Tórtoles de Esgueva, Villovela de Esgueva, Terradillos de Esgueva, Pinillos de Esgueva, Cabañes de Esgueva, Santibáñez de Esgueva, Bahabón de Esgueva, es, como su nombre indica, pueblo próximo al Esgueva, río que nace al pie de la Peña Cervera, en la burgalesa Sierra de la Demanda. Al viajero no le importaría recorrer todos estos pueblos, hermanados por el afluente del Pisuerga.
    
Los renedienses tienen una iglesia, dedicada a la Inmaculada, de traza barroca, en ladrillo, con dos torres flanqueando su fachada, construida en el año 1736, con un cimborrio octogonal sobre su crucero.
     
Ya con el sol calentando sube al Páramo de la Negra, a 852 metros, que está a unos cinco kilómetros de Tudela en el camino que lleva a Renedo. El viajero reconoce, con humildad y sin avergonzarse, que ha de poner el pie en tierra antes de llegar arriba, y lo justifica por el mal estado del camino, repleto de pedruscos y surcos que el agua ha ido labrando poco a poco. 

En el Páramo de la Negra
     
Pero el esfuerzo de la subida merece la pena, pues desde allí arriba la visión es extraordinaria: el valle del Duero se abre imponente a sus pies. En primer término, los picos de la Mambla y la Cuchilla, como dos pequeñas elevaciones en medio del terreno llano, y el arroyo Jaramiel que las enmarca; en segundo término, ya al otro lado del Duero, Sardón, Traspinedo, Santibáñez, Portillo y otras villas y tierras de pinares se abren paso; y como fondo a todo este espectáculo de la naturaleza, allí donde la línea del horizonte se funde con el azul del cielo, las montañas de Guadarrama, el Sistema Central, la frontera entre el norte y el sur, la vieja frontera entre religiones antagónicas y similares a la vez; entre culturas opuestas e idénticas al mismo tiempo, entre lenguas tan alejadas y unidas, sin embargo. Pero todo esto es agua pasada. Ahora son simplemente montañas, hermosas, apacibles y grandiosas montañas.
     
Continua hasta Renedo y, desde allí, por un caminito paralelo al Esgueva, llega a Valladolid. 

Iglesia de Renedo de Esgueva
Junto a la iglesia de Renedo, al lado ya de Valladolid
El Esgueva, poco antes de abrazar al Pisuerga
Plaza Mayor de Valladolid
Vuelta a casa